10/10/2020 Opinión

Susana Borràs, investigadora del Centro de Estudios de Derecho Ambiental y adjunta de la Oficina de Compromiso Social (URV)

Alimentando la paz

El Programa Mundial de la Alimentación de las Naciones Unidas (PMA) ha ganado el premio Nobel de la Paz 2020 por sus esfuerzos en luchar contra el hambre en el mundo y especialmente en las zonas de conflicto, "evitando el uso del hambre como arma de guerra"

El otorgamiento del Premio Nobel de la Paz al Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) llega en un momento muy crítico y por eso mismo es tan importante.

El hambre es una de esas tantas emergencias olvidadas, silenciadas, aunque está muy presente en la vida de millones de personas. En la actualidad son 820 millones de personas que sufren malnutrición en todo el mundo, más de 100 millones de personas en situación de inseguridad alimentaria extrema. El año pasado, según la FAO, eran 135 millones de personas en situación extrema, el número más alto en los últimos años, especialmente del continente africano, donde la situación es especialmente alarmante, pero también en Asia y Latinoamérica. Y lo que es más preocupante: muy probablemente, con la covid-19 este número superará los 250 millones a finales de este año, dificultando el objetivo de la ONU de erradicar el hambre, la inseguridad alimentaria y la mal nutrición por 2030.

Esta realidad de la emergencia de la inseguridad alimentaria no nos es lejana. Y de hecho la pandemia lo ha hecho visible, desvelando las consecuencias más cruentas de las desigualdades sociales. Aunque la desnutrición se vincula a la pobreza, en los países enriquecidos también existe la malnutrición, incluyendo la desnutrición e incluso la obesidad vinculada a la pobreza, debido a la falta de recursos suficientes para acceder a alimentos saludables, que se suplen por alimentos más baratos ricos en azúcar, sal y grasas. A todo ello hay que añadir la problemática del desperdicio de alimentos.

La alimentación adecuada es un derecho humano fundamental para garantizar la vida, reconocido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948). El derecho a la alimentación es el derecho a tener acceso, de manera regular, permanente y libre, ya sea directamente o a través de la compra en dinero, a una alimentación cuantitativa y cualitativamente adecuada y suficiente, de acuerdo con las tradiciones culturales, garantizando una vida psíquica y física, individual y colectiva, satisfactoria y digna. Esto obliga a los Estados a proporcionar los recursos y herramientas necesarias que favorezcan la producción, obtención y compra de alimentos suficientes. El derecho a la alimentación no es un derecho a «ser alimentado», sino el derecho a alimentarse en condiciones de dignidad, que permitan producir o comprar los alimentos, satisfaciendo las necesidades con el propio esfuerzo y recursos. No obstante, cuando las poblaciones no pueden alimentarse con sus propios medios, como por ejemplo, por un conflicto armado o por un desastre natural, el Estado debe suministrar la alimentación directamente.

La inseguridad alimentaria no es fruto del infortunio, sino que tiene sus raíces en factores que pueden generar inseguridad alimentaria extrema, desde los conflictos, los efectos del cambio climático, la degradación ambiental, la pobreza y muy a menudo todos a la vez interrelacionados son los ingredientes impresionantes de la vulneración del derecho a alimentación para millones de personas. El episodio más evidente fue en el año 2007 y 2008, cuando se sufrió una grave crisis de los alimentos, como consecuencia de la fuerte especulación alimentaria en los mercados financieros, junto con los abusos de poder de multinacionales del sector agroalimentario, que mermaron la soberanía y la seguridad alimentaria de muchas personas que empobrecieron por el acaparamiento masivo de tierras y territorios, incluyendo sus recursos naturales. Pero el hambre también es la causa generadora de muchos conflictos. La escasez de recursos incrementa la competitividad y la rivalidad, a menudo generando más presión a conflictos ya latentes.

El reconocimiento del PMA contribuye a visibilizar una emergencia más, a impedir el uso del hambre como arma de guerra y de conflictos, pero sobre todo destacar el papel de las personas «constructoras de paz» que hacen llegar el alimento a millones de personas.

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