02/10/2018 Opinión
Josep Gumà, director del Area de Oncología del Hospital Universitario Sant Joan de Reus y professor de la Universitat Rovira i Virgili
Premio Nobel a un nuevo y prometedor camino en el tratamiento del cáncer
James Allison y Tasuku Honjo han sido galardonados por haber descubierto dos de los mecanismos por los cuales las células de defensa del organismo son incapaces de actuar contra las células tumorales tal y como lo harían frente a un agente infeccioso vírico o bacteriano
James Allison y Tasuku Honjo han sido galardonados por haber descubierto dos de los mecanismos por los cuales las células de defensa del organismo son incapaces de actuar contra las células tumorales tal y como lo harían frente a un agente infeccioso vírico o bacteriano
Cuando ayer me enteré que el premio Nobel de Medicina había sido otorgado a dos investigadores que han contribuido de forma determinante en la actual concepción de la inmunoterapia del cáncer, bien es verdad que no me sorprendió lo más mínimo. Probablemente ha sido el adelanto conceptual más importante de los últimos años en el tratamiento de las enfermedades neoplásicas.
El norteamericano James Allison y el japonés Tasuku Honjo han sido galardonados con la más alta distinción en la investigación médica por haber descubierto dos de los mecanismos por los cuales las células de defensa de nuestro organismo son incapaces de actuar contra las células tumorales tal y como lo harían frente a un agente infeccioso vírico o bacteriano. Los linfocitos T, que son uno de los tipos de células defensivas más importantes del cuerpo humano, tienen que actuar contra los agentes externos potencialmente peligrosos, y no lo tienen que hacer contra las células propias del organismo. Si los linfocitos agredieran nuestras propias células provocarían el que se denomina una enfermedad autoinmune (cómo por ejemplo el lupus). De hecho, las células cancerosas son reconocidas como normales por nuestros sistemas defensivos y, por eso, no los atacan.
Allison y Honjo descubrieron dos moléculas, el CTLA-4 y el complejo PD-1/PD-L1, que si se consigue alterar su normal funcionamiento, los linfocitos T pasan a interpretar las células del cáncer como una cosa ajena y no como propia y, de este modo, las destruyen.
Una vez descubierto el mecanismo, el paso siguiente ha sido conseguir fabricar los fármacos que actuaran contra el CTLA-4 o contra el complejo PD-L1/PD-1. El año 2011 vieron la luz los primeros estudios en humanos con Ipilimumab, un anticuerpo monoclonal anti-CTLA-4 que dio unos resultados hasta entonces nunca conseguidos en el tratamiento del melanoma en estadios avanzados de la enfermedad. Después han aparecido los anticuerpos monoclonales anti-PD-1, como el Nivolumab y el Pembrolizumab, y anti PD-L1, como la Atezolizumab. Cómo que el mecanismo de acción de estos medicamentos es el de aprovechar las propias células defensivas del organismo porque destruyan las células tumorales, se ha visto que pueden ser útiles en un gran número de tumores diferentes.
Actualmente se están utilizando en la práctica oncológica diaria para el tratamiento de los tumores de pulmón, vejiga urinaria, riñón, melanoma y linfomas, y hay en marcha un gran número de estudios para hacerlo extensivo a otras localizaciones tumorales. Una de las ventajas importantes de estos fármacos, especialmente los anti-PD-1 y anti-PD-L1, es que son relativamente poco tóxicos, y esto permite que puedan ser combinados con otras modalidades terapéuticas como la quimioterapia y/o la radioterapia. En este caso, pues, se da un merecido Nobel a los descubridores de un mecanismo biológico que ha sido la base para la confección de una familia de medicamentos que han abierto un nuevo y prometedor camino en el tratamiento del cáncer.
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