09/03/2022 Opinión
Àlex Arenas Moreno, catedrático ciencia de la computación e inteligencia artificial de la URV
Una alianza mortífera: virus y guerra
Cuando la pandemia de Covid-19 aún no está controlada, la guerra de Ucrania, que favorece el amontonamiento de personas, algunas de ellas seguramente infectadas, contribuye a incrementar la virulencia del virus. Lo expone en este artículo el profesor Àlex Arenas, experto en redes complejas y en la expansión de pandemias
Cuando la pandemia de Covid-19 aún no está controlada, la guerra de Ucrania, que favorece el amontonamiento de personas, algunas de ellas seguramente infectadas, contribuye a incrementar la virulencia del virus. Lo expone en este artículo el profesor Àlex Arenas, experto en redes complejas y en la expansión de pandemias
Cuando la pandemia de Covid-19 aún no está controlada, la guerra de Ucrania, que favorece el amontonamiento de personas, algunas de ellas seguramente infectadas, contribuye a incrementar la virulencia del virus. Lo expone en este artículo el profesor Àlex Arenas, experto en redes complejas y en la expansión de pandemias.
En 1918 la gripe española se cobró como mínimo 50 millones de personas en solo un año y medio, la cantidad más grande de muertes humanas a consecuencia de una enfermedad infecciosa hasta el día de hoy; la tasa de mortalidad llegó a ser del 20%. En la Primera Guerra Mundial, el virus golpeó los dos bandos y las pérdidas humanas a causa de la epidemia fue mucho más alta que las causadas por el conflicto bélico.
Las claves de esta virulencia estarían asociadas a personas en situaciones de estrés que se agolpan en refugios antiaéreos, en los campos de refugiados, en las personas y en los hospitales; su proximidad física, y sus sistemas inmunológicos comprometidos. Son factores que brindan la oportunidad perfecta para que un patógeno de transmisión por aerosoles (como el virus influenza o el SARS-CoV-2) aumente su virulencia. En el año 1918 la gripe se encontró con un campo de pruebas perfecto para convertirse en un super-virus, al infectar soldados estresados y a menudo desnutridos, agolpados en trincheras y hospitales, que después fueron enviados a lugares lejanos, para recibir tratamiento, favoreciendo la dispersión del virus.
En el caso del Covid-19 y la reciente invasión militar de Rusia a Ucrania, hemos de ser muy conscientes que la pandemia aún no está controlada a nivel mundial, y añadirle una guerra puede ser extremadamente peligroso. Si miramos la Incidencia Acumulada (IA) de Covid-19 en todos los países, vemos que está bajando, pero aún se encuentra a niveles preocupantes. Ucrania registra unos 600 casos por 100.000 habitantes. Rusia, el doble: cerca de 1.200. Además, la población ucraniana intenta protegerse de los ataques, buscando refugios dentro o fuera del país, siendo la situación de riesgo epidemiológico muy elevado. No es seguro que esta situación lleve una nueva variante más virulenta, pero tampoco es descartable.
Por otro lado, hay movilizaciones humanas masivas, las más altas de los últimos 75 años, de personas que acabarán en campos de refugiados, desplazadas y en condiciones poco salubres que, en muchos casos, serán portadores del virus. Y a esto se añade la situación de los que se quedan. Miles de personas se protegen de las bombas rusas en el metro de Kyiv o hacinados en los subterráneos de los edificios. El virus sigue evolucionando y, cuando el sistema inmunitario está débil, tiene más oportunidades de superar las barreras de inmunidad, y esto se traduce en virulencia.
La guerra es una catástrofe humanitaria siempre, un sufrimiento innecesario que aflora lo peor de la raza humana. Pero hacerlo en las condiciones epidemiológicas actuales supone un riesgo más grande de destrucción que no deberíamos de permitir.
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