04/12/2019 Opinión

Josep Maria Piñol Alabart, Geógrafo y técnico de la Cátedra Universidad y Región del Conocimiento

Una nueva ruralidad: retos y oportunidades de Cataluña Sur

El río Ebro a la altura de Benifallet. Vista desde la Atalaya, les Malladas. A la izquierda, la sierra de Cardó. Miravet, Ribera d'Ebre, Tarragona. Foto: Rafel López-Monné.

Un concepto que evoluciona

El adjetivo rural se ha referido tradicionalmente a la vida y a las actividades vinculadas al campo. Este se usa haciendo referencia a entornos cuyos habitantes aprovechan los recursos de manera directa.

Sin embargo, la ruralidad se contempla cada vez más de manera poliédrica. De hecho, podemos identificar varias tipologías en función de la relación con las ciudades, por ejemplo: zonas periurbanas, espacios agrarios –industrializados o no–, núcleos intermedios con servicios, zonas de montaña como segunda residencia, entre otros.

Más allá de unas características comunes que últimamente tienden a englobarse –demasiado– en el concepto despoblamiento, cada zona presenta problemáticas y expectativas particulares. Se requieren nuevas acepciones para el objetivo mencionado como, por ejemplo, hablar de zonas de baja densidad.

En Cataluña Sur, gran parte de la superficie se engloba en alguno de los Grupos de Acción Local que gestionan programas de desarrollo rural. Esto demuestra la ruralidad inherente del territorio. La Conca de Barberà, el Priorat, la Ribera d’Ebre y la Terra Alta son rurales en su conjunto, pero la ruralidad es igual o más intensa en otras zonas del resto de comarcas, especialmente en las de mayor altitud.

Las causas de una situación compleja

La pérdida de capital humano es una realidad, también en el campo meridional. El núcleo del problema no es el despoblamiento como tal, sino la dualidad despoblamiento-envejecimiento. Esta es resultado de la acumulación de factores históricos (políticas agrarias poco adecuadas, baja accesibilidad, limitaciones dotacionales, carencia de planes de diversificación) y de nuevas variables (efectos de la estructura demográfica, dificultades de acceso a la tierra y a la vivienda, carencia de infraestructuras digitales, inadecuación de políticas públicas).

Para hacer frente a la pérdida de competitividad detectada a menudo se han aplicado medidas con poca coordinación institucional y que siguen criterios insuficientes de eficiencia en la inversión. Estas medidas han tendido al mimetismo ‒de los polígonos industriales a la promoción turística‒ sin generar los efectos esperados.

Por otra parte, hay un factor global más reciente que incide transversalmente en las zonas rurales, incluyendo las nuestras, y se acumula a los precedentes. Se trata de una polarización del talento en las áreas urbanas de mayor dimensión, cuyas ciudades medianas afrontan con dificultades. Este es un efecto de la orientación de la economía y la sociedad del conocimiento que, aunque es un elemento de oportunidad innegable, genera efectos que todavía no se saben gestionar desde los espacios periféricos.

Por tanto, la pérdida de población es una problemática multivariable o de capas superpuestas que debe conocerse en profundidad para afrontarse de manera compleja. Más allá de hablar estrictamente de demografía y ocupación, se debería partir de un planteamiento sistémico que vincule las realidades locales y globales, y que tenga en cuenta, por ejemplo, los efectos del cambio climático, la sociedad digital, las nuevas movilidades, la inmigración y muchos otros aspectos.

Factores de oportunidad para el mundo rural con futuro

A pesar de la tendencia al negativismo que se detecta al hablar del mundo rural –debido a un relato elaborado en las ciudades que los residentes rurales terminan asimilando– hay tendencias positivas y factores de oportunidad que permiten divisar un horizonte más esperanzador. Estas se constatan también en el sur de Cataluña. Por ejemplo, se puede destacar la creciente valoración de las zonas rurales como espacios de residencia (con proximidad a los espacios naturales, contacto humano, identidad, diversidad del parque de vivienda y calidad educativa, entre otros ingredientes) y de producción de alimentos de calidad diferenciada.

Esto motiva dinámicas crecientes de permanencia de los autóctonos y de captación de nuevos perfiles de residentes con un carácter creativo. Para ello se impulsan pequeños proyectos empresariales en diversos sectores, así como nuevas dinámicas asociativas. Esta tendencia todavía no permite un balance demográfico positivo, pero es una base para avanzar porque permite mostrar una transformación social más rápida que, en algunos casos, la urbana.

En cierto sentido podemos decir que el mundo occidental sigue el proceso de selección de personas entre zonas urbanas y rurales, pero se amplía, poco a poco, el espectro de aquellas que apuestan por las segundas.

Otras tendencias que pueden ser factores de oportunidad para impulsar las zonas de baja densidad son: la venta directa sin intermediarios; dinámicas específicas de reindustrialización de occidente, que pueden incidir en áreas rurales; la tecnificación general de los procesos; el empoderamiento de las mujeres; la generación de valor añadido a las cosas o la internacionalización empresarial, entre otros.

Un necesario cambio de orientación

Actualmente, el concepto de innovación se considera fundamental para el desarrollo territorial. Este juega un papel importante en el gobierno y en algunos espacios propicios para su despliegue.

En este sentido, se hace necesario superar un marco conceptual tradicional en las políticas públicas porque incluye conceptos que van perdiendo significado o ya no son los más adecuados (calidad de vida como noción poco concreta, trabajo por departamentos, lo rural frente a lo urbano, retención de talento, e incluso una colaboración público-privada que hay que dar por asumida).

Sin dejar de lado la necesidad de asegurar los servicios básicos a todas las personas, y partiendo de estrategias compartidas y dinámicas (la Unión Europea ha favorecido un contexto técnico), la tendencia debe llevarnos a hablar de proyectos transversales. Estos velan por una relación adecuada entre los diversos perfiles de agentes y están orientados a facilitar territorios competitivos, ya que son capaces de apoyar proyectos de vida atractivos. Todo ello gracias al aprovechamiento de los recursos locales y de las tendencias globales que fomentan como resultado una repoblación y condensación del talento y de la población creativa.

Sin duda, la infinidad de buenas prácticas vinculadas a zonas rurales ‒muchas de ellas en nuestra casa‒, en materias como industria agroalimentaria, R+D+I, emprendimiento, entorno digital, turismo y patrimonio, vivienda, marketing territorial y otras formas de trabajo, deben ser elementos de apoyo para encontrar nuevas orientaciones.

Hay tres elementos fundamentales que deben apoyar esta orientación potencial, y en los cuales las instituciones públicas pueden jugar un papel fundamental: 1) la implantación de mecanismos concretos de difusión de la innovación, tanto en el contexto económico como en otros; 2) el favorecimiento de una articulación territorial en red a partir de nodos de diversa medida y que permitan el equilibrio entre los mundos rural y urbano; y 3) la generación de una imagen positiva del medio rural (recuperando en este caso el tiempo perdido en nuestra casa). Se trata de poner al día los conceptos de igualdad de oportunidades y equilibrio territorial.

La visión histórica ha posicionado a las áreas rurales como zonas tradicionalmente damnificadas en el proceso de desarrollo. Sin embargo, la evidencia reciente sugiere que eso no ha de ser así necesariamente. Cataluña Sur puede ser un ejemplo de ello si se trabaja en la dirección correcta y si se sitúa a las personas, más que a las políticas, en el centro.

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