02/11/2022
Una investigación de la URV reivindica la reutilización de las centrales nucleares una vez descontaminadas
El arquitecto Carlos Gonzalvo, que estudia las centrales de primera generación en el Estado español, señala la necesidad de poner de relieve su valor arquitectónico, paisajístico y patrimonial
El arquitecto Carlos Gonzalvo, que estudia las centrales de primera generación en el Estado español, señala la necesidad de poner de relieve su valor arquitectónico, paisajístico y patrimonial
Los tres reactores nucleares operativos en Catalunya —Vandellós II, Ascó I y Ascó II— tienen una vida limitada. Aunque estaba previsto poner fin a su actividad a mediados de esta década, el Consejo de Seguridad Nuclear aprobó prolongar su vida útil hasta 2030 en el caso de Ascó I, hasta 2031 para Ascó II y hasta 2034 para Vandellós II. En este contexto, la central nuclear Vandellós I, operativa desde 1972 —e inactiva desde 1989—, se encuentra actualmente en proceso de desmantelamiento. Se prevé que, a partir de 2028, comience su última etapa y que las estructuras de la primera central nuclear construida en Catalunya queden descontaminadas. Decidir el futuro de estos espacios una vez liberados de radiación puede suponer un reto para el territorio, que involucra al tejido social, empresarial, administrativo y cultural del entorno. Carlos Gonzalvo, doctor en arquitectura por la URV, estudia estas instalaciones para poner en valor su potencial de cara a futuras aplicaciones.
“Donde hay un problema suele haber una oportunidad”, afirma Gonzalvo. Y es que el pasado mes de junio defendió la tesis doctoral — La arquitectura de las centrales nucleares de primera generación en España (1963-1972)—, en la que reivindica la necesidad de estudiar y conocer las centrales nucleares desde un punto de vista más complejo que el puramente técnico, incluyendo su valor arquitectónico, paisajístico y patrimonial. Para Gonzalvo, este trabajo es imprescindible para desestigmatizar estos espacios, que a menudo están percibidos por el público como peligrosos, aún después del proceso de descontaminación. El estigma es generado, en parte, por el “pasado bélico” de esta fuente de energía, por el “hermetismo” de las empresas que los gestionan y por los “problemas derivados del tratamiento de los residuos que generan, pero es necesario combatirlo para tomar decisiones objetivas sobre su futuro”.
Gonzalvo estudia desde 2014 las oportunidades derivadas de la reutilización de estas construcciones, especialmente Vandellós I. De entre los posibles usos que ha planteado existe un centro de protonterapia —tratamiento contra el cáncer que utiliza protones, minimizando el daño a tejidos sanos—, aprovechando las características de la central, diseñada para contener elementos radioactivos. Sin embargo, el tiempo y la experiencia le han empujado a no proponer un uso concreto: “Debemos abrir la mente y conocer las necesidades de la población para ver las posibilidades que ofrece, entendiendo las características del espacio y su entorno social y geográfico”. En este sentido, el investigador sugiere usos que exploten las ventajas que estas construcciones ofrecen: grandes volúmenes de aire cubierto y superficie útil, paredes de hormigón de hasta siete metros de espesor, sótanos protegidos de la radiación, etc. Para Gonzalvo, los ejemplos y propuestas son casi infinitos: “Un centro médico, una incubadora de empresas, un polígono industrial, una planta de hidrógeno verde, un campus universitario, etc.”
Además de las características constructivas y desde un punto de vista arquitectónico, el diseño de estos espacios no fue fortuito: “Como son centrales nucleares, nadie se ha dado cuenta de que hubo políticos, arquitectos y artistas que se preocuparon por la imagen de estos sitios”, explica. Para Gonzalvo, el valor artístico, cultural e histórico de estas enormes construcciones hace necesario documentarlas para elevarlas a patrimonio antes de que se pierdan, como ha sucedido recientemente con la central de Zorita, en Guadalajara. Aparte de la vertiente práctica, que implica aprovechar equipamientos existentes en tiempos de crisis, se trata de dejar constancia de una tradición estética, de una construcción cultural en torno a la energía nuclear, iniciada durante la Guerra Fría. Según la legislación actual, está previsto que estas instalaciones sean derribadas en las próximas dos décadas.